ARENA
Dormimos bajo un manto de
estrellas. Al amanecer salí de la casba hacia un horizonte
tan llano como solo lo había visto en el mar. Un vértigo de alejamiento,
libertad y muerte me fue calando hasta que apareció él. Tendría unos nueve o
diez años y en la distancia cabía en la palma de mi mano. Sentado en su
bicicleta no superaba en mucho la altura de sus acompañantes. Se deslizaba
alrededor de ellas, las guiaba envolviéndolas en una cinta tan delicada como el
velo de una novia. Quise aproximarme y la escena se fue desvaneciendo húmeda y
temblorosa.
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