Ya hace rato que no puede mirar para otro lado. Inmovilizado, la observa con unos ojillos tan tristes y
suplicantes que a Gabriela se le ha abierto un enorme interrogante en el
corazón. Lo llevaría a su casa pero están a tropecientos kilómetros del mar. La
dependienta le pregunta. Ella señala el bogavante con el dedo. Le acaricia la
espalda.
—Que sea rápido, por favor.
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